Mientras caminábamos entre las brumas
por el sendero de arena que conduce a la caverna de riscos
nuestros corazones rotos
habían sido forzados a permanecer impávidos.
El Elfo, había ocultado los remos de la piragua
que nos conduciría hacia la otra orilla del lago
donde una luz tenue de atardecer
daría calor a nuestros ímpetus solidificados.
La sin razón de los sueños nebulosos
había invadido nuestro jardín de invierno
donde volvió a brillar por un día (solo por un día)
el fulgor que haría florecer a las violetas.
Por un instante (un solo instante), el perfume de la hiedra
logró envolver nuestras ilusiones esparcidas por la hierba.
Selene, se engalanó con hermosos abalorios de bellos colores
y en un claro del bosque, junto a las acacias doradas,
guardó en una cajita de nácar, los hilos de plata
que tejen, los espejismos que afloran
en el hastío de nuestros corazones petrificados.
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