Un murmullo de olas viene a mi memoria como una música melodiosa y lejana. Poco a poco va cobrando intensidad. Afloran los recuerdos. Respiro el olor a mar. Mis ojos vislumbran la luz dorada de la arena húmeda. El naranja se mezcla con los grises azulados y el blanco roto de alguna nube despistada que atraviesa el horizonte. Entonces por entre la espuma de un mar medianamente agitado, aparece Geisha. Su mirada profunda e intensa expresa toda la dicha que puede caber en un universo entero. Me salpica toda mientras sacude su pesado pelo negro con vetas rojizas. Me mira de nuevo y me reta a una carrera bordeando las olas por esta orilla dorada y reflectante de las últimas luces solares de este atardecer tibio.
Mientras caminamos, nos sorprende un cielo limpio de estrellas y una inmensa luna llena que más bien parece un sol tenue.
Abro los ojos. El sabor a mar se evapora y otra melodía se impone con fuerza en los auriculares. En mi viaje por el país de los recuerdos he llegado a ignorar a Corelli y su concierto Nº 8 en G Menor.
2 comentarios:
Me ha gustado mucho y está muy bien hecho, aunque sea un relato corto. Tienes demasiados recuerdos en tu cabeza, hasta de tu perra...
Jomabe Miusic
Son recuerdos de momentos de dicha, de los que hay que recordar con alegría, sin tristeza. . .
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