jueves, 13 de julio de 2017

INSTITUTO PADRE POVEDA


La espesa niebla apenas dejaba ver las hileras de golondrinas arrulladas unas contra otras sobre los cables del tendido eléctrico a la espera de que la bruma se dispersara dando paso a unos tímidos rayos de sol. Entonces poco a poco irían alzando el vuelo hacia otros lugares


Hacia finales de los años sesenta y mediados de los setenta, no había transporte escolar y los niños y adolescentes se desplazaban en bicicleta hasta el instituto. Siete kilómetros de distancia por caminos de polvareda pegajosa cuando se cruzaban con algún coche, o bien barro y "charcos" en los días de lluvia.

No recuerdo si era navidad o fin de curso. Una fiesta organizada por algún profesor amante del teatro. Pequeñas parodias estilo "Hermanos Quintero", algún monólogo, canto coral....

Y ahí estaba yo, "treceañera" atolondrada. Una garcilla tímida compartiendo salón de actos con niños "mayores". No era la única chica, claro. Las "novias" y/o hermanas de los alumnos; padres y madres, completábamos el aforo...

Y ocurrió el milagro... para cerrar tan "solemne" acto, apareció en el escenario un chico no menos tímido que yo. Guitarra en mano y apunto de desmallarse durante unos segundos eternos, comenzó a interpretar esta melodía: "Romance Anónimo"

Me quedé tan absorta, concentrada, emocionada...que durante unos minutos en aquella sala sólo había una persona: el niño de la guitarra sobre el escenario. Los aplausos rompieron el encantamiento... Permanecí en silencio unos segundos más, recreándome de aquel estado catatónico (¿?) que no sabría expresar: amor platónico, flechazo de adolescente, la magia de unos acordes... Han pasado ya "tantitantos" años y aún vibra mi corazón cuando la escucho.

En cuanto al joven de la guitarra no volví a verlo nunca mas...

Aunque aún sigo "enamorada" platonicamente... Habría que obviar a "Platón" y volver a la "realidad": Hermosa realidad de "Carne y Hueso" que diría Unamuno.

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