. . . Y es que, para vivir, se necesita tener el coraje de caminar.
![]() |
Fotografía: Serezade "Los arcornocales" |
Lucía un sol de primavera cálida. Me desperté feliz y radiante después de meses de insomnio. Llegué al juzgado acompañada de mi abogado y una amiga.
Iba vestida de rojo y blanco. En mi rostro se podía percibir una expresión tranquila. Poco a poco mi pulso se iba desacelerando y la calma inundaba toda mi paz.
Después del acto protocolario, lectura por parte de la secretaria del juzgado y posterior firma, no pude contener mi alegría: me perdí por uno de los largos pasillos y comencé a dar saltitos mientras repetía: “¡bien, bien! ¡yupi, yupi!”. La sonrisa de mi amiga y la cara de bobo de mi abogado me hicieron rehacer mi postura.
Libre al fin, a la salida del edificio, el sol me pareció más radiante. Respiré largo y profundo. Invité a mis dos acompañantes a un café y a punto estuve de levitar (menudo peso me había quitado de encima).
Luego entré en una floristería y compré un ramillete de margaritas blancas. . . no pude inmortalizar esos momentos aunque los tengo retratados en mi retina. Aún hoy, cuando han pasado casi seis años, puedo recordar sin ira y con una sonrisa, lo que significa lo acertado de mi decisión: divorciarme de mi anterior y único esposo.
No se si volveré no ya a divorciarme. . . han cambiado tanto las cosas. . . es que si lo vuelvo hacer, lo haría por interés. . .
No se si volveré no ya a divorciarme. . . han cambiado tanto las cosas. . . es que si lo vuelvo hacer, lo haría por interés. . .