Nota: El cuento está "inspirado" en la "Batalla de Trafalgar", y lo escribí para la celebración del 250 aniversario de dicha batalla aunque es ahora cuando he decidido publicarlo. Disfruté mucho durante el tiempo que estuve documentándome asistiendo a conferencias, consultando datos bibliográficos, y sobre todo, quiero hacer especial mención al guía del Panteón de Marinos Ilustres por su peculiar y divertida manera de explicar la historia, "nuestra" historia, tanto a niños como a adultos. Gracias Sergio (desconozco tu apellido) eres un crack.
"CABALLERO DEL MAR"
Cuando la claridad lo permite, observo el vuelo en superficie de cada vez menos gaviotas que con un movimiento certero capturan su presa. Yo no tengo a quién perseguir ni con quién combatir. Mis velas se extinguieron en un fuego de mareas que alcanzaron el palo de Mesana y la Mayor. Con la pleamar, el agua se enturbia privándome del goce y disfrute -pocos placeres me quedan ya- de las puestas de sol en estos atardeceres fríos y húmedos inundados de melancolía y recuerdos de días de gloria.
En las noches de mis otoños sombríos, doy la bienvenida a Andrómeda y al "Caballo Alado". Hacia el Norte, la Estrella Polar centellea y Casiopea con su doble uve recuerda las victorias ganadas en batallas perdidas sobre un mar furioso y embravecido. Durante la fase lunar de cuarto creciente o menguante, puedo ver sus océanos de lava oscura, tanto, como esta mazmorra que aprisiona mis días y mis horas en este reloj de arena.
Nací al mundo una cálida tarde de Noviembre; un día de sol tenue, lluvia fina y esplendor en los rostros de la gente que vitoreaba tan ceremonioso alumbramiento. La noticia la dieron varias gacetas con frases laureadas de pompa y protocolo. Me bautizaron con el nombre de un santo, que había nacido en un mundo de convulsiones políticas causantes de guerras y destrucción. Por ello escogió como misión en su vida, llevar la Palabra, la justicia, la paz... a otros pueblos. Al igual que él, crucé grandes océanos y conocí nuevos mundos; surqué mares y bordeé continentes.
A aunque me sentía orgulloso y bravío, una cierta incertidumbre rondaba mis velas cuando arreciaba el viento norte. Mis miedos los apagaban unas veces el cosquilleo y otras la fuerza de las olas cuando acariciaban o empujaban mi casco. El sol con su luz iluminaba el mascarón de proa, cuya figura representaba a mi venerado dios. Mi silueta, dibujada en azul océano, ondeaba al vaivén de los vientos aliseos; a barlovento, el mar, temblaba y rugía. Por mi comportamiento, me apodaban con el sobrenombre de: "Caballero del Mar". He de decir en mi favor que elegancia y atributos no me faltaban para merecer dicha distinción. Mi carácter marinero me dotaba de fuerza y empuje suficiente para romper las olas y navegar contra el viento.
Mis días de gloria han pasado a formar parte de la historia que unas veces está escrita con borrones y tachaduras, y otras, se disfraza de anécdotas más o menos graciosas cuyo objetivo no es quitar veracidad a los hechos, no, sino restar con humor tragedia a la tragedia.
En los días en que el gris difumina con su neblina mis pensamientos, quisiera invocar a los espíritus de mis hermanos (compañeros de batallas), con la única intención (iluso) de saber de sus hazañas y venturas. ¿Qué habrá sido de ellos? ¿Habrán terminado al igual que yo en esta fría calidez que cubre mi soledad y que poco a poco va aniquilando mi espíritu?.
Mejor dejar a un lado la melancolía. Hoy, el agua es de un azul turquesa transparente y el sol brilla con esplendor. Mi vista, muy cansada, cree divisar a unas sirenas. ¡Que hermosas!. Se zambullen en el agua; salen a la superficie, respiran, juguetean, ríen. . . me contagio de esas risas para evocar una bella melodía escuchada en alta mar proveniente, no recuerdo, si de navíos amigos o enemigos (que más da), cuando aquella música daba luz a los corazones afligidos y esperanza a la libertad. ¡Libertad¡, hermosa palabra cuando suena a mar abierto, a olas de espuma y de sal sedientas de arena; al vuelo de aves migratorias en busca de un hogar donde construir sus nidos; a universos centelleantes de estrellas sobre un manto añil, intensamente añil. ¡Libertad!, hermosa palabra cuando sabe a "ese" mar de olores y colores que son los recuerdos y ensoñaciones de un tiempo pasado difuminado en la espesura de esta eternidad.
¿Cantos lustros habrán pasado ya?. El sol continúa saliendo todos los días por el Este y ocultándose por el Oeste. Los ciclos de la luna siguen su curso y su tiempo marcando el ritmo de las mareas, y por el "movimiento" de las estrellas puedo averiguar si estamos en invierno o en primavera; mas, quisiera acercar el eco de unas voces cada vez mas lejanas en mi memoria para dilucidar qué ocurrió aquel fatídico día en que se abrió el abismo y me ocultó en sus profundidades. Recuerdo que salimos en formación luciendo nuestras mejores galas, la mar en calma, el cielo despejado, el viento a favor y el ánimo altivo de quién se enfrenta a la batalla con la convicción de que la batalla está ganada...
Un rugido de pólvora dio paso a un estruendo infinito de cañones, de gritos, de miedo, de valentía, de confusión... nuestra columna “vertebral” quedó partida en dos. El cielo se oscureció, o, tal vez la densa bruma ¿ya habría envuelto nuestras naves antes de partir? El mar, furioso y embravecido mar, se alió con el viento en un aleteo de vida, de sangre, de fuego, de muerte, de horror... y de nuevo, y a pesar del desconcierto y la desolación, el espíritu de unos hombres guiados por el valor, ganó la batalla que el mar, furioso y embravecido mar, les arrebató.
Me dirigieron grandes hombres significativos de la historia naval española; el último, herido en su cuerpo físico y en su fuero interno, y a pesar de mis heridas de muerte -había perdido el mastelero de velacho y parte de la cofa de trinquete- , luchó conmigo al unísono con el propósito de salvar vidas y rescatar a otras naves. Vano intento, mas no por ello menos heroico. Lo que ocurrió después apenas lo recuerdo. Y en este túnel del tiempo, las horas repiquetean en mi espíritu sin cesar. Prisionero de mi mismo, no pierdo la esperanza de que alguien encuentre mi luz o mi oscuridad y devuelva a la vida o a la tumba lo que de mí queda.
Bajo las corrientes marinas que calan mis huesos y con este último aliento, lanzo un suspiro a modo de ruego a quien corresponda:
Epíteto: Aquí yace el Navío de Línea de la Armada Española, San Francisco Javier, "alias" Neptuno (3) - Ferrol 1795 - Cádiz 1805.
María de los Ángeles Moya Vega - 2014 Copyright ©