Ajado, triste y dolorido, el viejo árbol se lamentaba y entristecía porque de sus ramas apenas brotaban hojas que dieran sombra y cobijo. Entumecido el tronco y atrofiadas sus raíces, se iba debilitando poco a poco a su pesar. Ahora, el reloj de sus días y de sus sombras había iniciado la cuenta atrás. Después de haber vivido todas las primaveras y muchos veranos, cuando el otoño, se resistió a seguir avanzando hasta la siguiente estación: el invierno. Y tan obtuso estaba que el miedo a avanzar lo paralizó.
Durante los días cálidos de ese otoño permanente en que se había instalado, iluso, pensaba que su "eterna" primavera había regresado a él. Confiado e ilusionado un día si y otro no, las margaritas, movidas por el viento, se iban alejando de su desierto. Una suave brisa ensayaba con ellas la magia de un ballet que las transportaría hacia la Vida.
Durante los días cálidos de ese otoño permanente en que se había instalado, iluso, pensaba que su "eterna" primavera había regresado a él. Confiado e ilusionado un día si y otro no, las margaritas, movidas por el viento, se iban alejando de su desierto. Una suave brisa ensayaba con ellas la magia de un ballet que las transportaría hacia la Vida.
Llegaron tormentas acompañando al previsible invierno. Entonces, en la furia de una noche oscura, un rayo partió el tronco en dos. Poca esperanza pues tras su caída, otro rayo con más virulencia lo prendió en una antorcha improvisada que sin embargo hizo llegar su calor a un lugar escondido entre las hojarascas del bosque, donde una oruga silenciosa, había iniciado su metamorfosis, que al transcurrir de un día, se transformó en una hermosa Hada de Luz.