... Y sobre campana una
Si, aquí estamos de nuevo. Otra vez Diciembre y todo lo que ello conlleva: comidas de empresa, compras, reuniones familiares, regalos imposibles, compromisos varios y la " felicidad". Hay que ser felices, estar felices, aparentar felicidad y "alegría", mucha alegría... (aunque la procesión vaya por dentro) ¡Viva la Fiesta!
Afortunadamente dejamos atrás, hace mucho tiempo, todo este maremagno Navideño de cortesía forzada, buenos deseos fingidos y lazos familiares "pegados" con cola de apatía... Oh, y comer, comer (y beber) hasta el vómito...
La Navidad, "mi Navidad", "no era un patio de naranjos sevillano..." pero sí la candidez, la ingenuidad y pureza de unas vivencias y recuerdos entrañables de "momentos" y personas ancladas en mi niñez. Quizás más austeras en cuanto a cosas materiales pero sí mucho mas ricas en afectos y sentimientos con olor a horno de leña de encina, a los dulces caseros "elaborados" con primor, a patinazos en la nieve helada sin mayor consecuencia que un sobresalto y las risas soterradas o a carcajadas de otros niños compañeros de juegos.
La zambomba era el instrumento estrella y el Portal de Belén aún ganaba al "árbol de navidad" que poco a poco iba sumando aceptos en nuestros hogares. Yo era feliz haciendo y deshaciendo las figurillas: los patos del estanque, las ovejas y los pastores, los Magos de Oriente.... Baltasar era mi favorito y la noche de" Reyes" más de una vez, noté su espesa barba besando mis mejillas. Años mas tarde noté que mi padre no era de afeitarse todos los días...
Los juguetes eran sexistas, para las niñas cocinitas y muñecas y para los chicos ya se sabe. Mi suerte, tener dos vecinos algo mayores que yo, tenían que aguantar mis impertinencias, por eso de la diferencia de edad, y debido a ello podía jugar a indios y vaqueros con sus soldaditos de plomo o quizás ya eran de plástico.
Fueron días, semanas, meses, años... de horas interminables. El tiempo era largo, largo y nos impacientábamos porque corriera rápido para crecer y hacernos mayores. El tiempo, esa máquina infernal que ahora no se detiene y corre como el viento.
Crecer crecimos, en altitud y latitud... aprender, también aprendimos (algo) pero lo que nos nos enseñaron fue la fragilidad y fugacidad de la vida, que no somos eternos, que solo tenemos una oportunidad y que el tiempo atrás ya no cuenta... sólo los "momentos".
Los juguetes eran sexistas, para las niñas cocinitas y muñecas y para los chicos ya se sabe. Mi suerte, tener dos vecinos algo mayores que yo, tenían que aguantar mis impertinencias, por eso de la diferencia de edad, y debido a ello podía jugar a indios y vaqueros con sus soldaditos de plomo o quizás ya eran de plástico.
Fueron días, semanas, meses, años... de horas interminables. El tiempo era largo, largo y nos impacientábamos porque corriera rápido para crecer y hacernos mayores. El tiempo, esa máquina infernal que ahora no se detiene y corre como el viento.
Crecer crecimos, en altitud y latitud... aprender, también aprendimos (algo) pero lo que nos nos enseñaron fue la fragilidad y fugacidad de la vida, que no somos eternos, que solo tenemos una oportunidad y que el tiempo atrás ya no cuenta... sólo los "momentos".