sábado, 11 de noviembre de 2017

TIZAS DE COLORES

Colores de colorear nubes, soles, estrellas, arcoiris, árboles, flores, ríos, mar, montañas...

Las molestas partículas de tiza se incrustan en los poros de la piel e inundan las fosas nasales, los párpados, el pelo... y como una pequeña nube de lava, lentamente se va extendiendo por el resto del cuerpo.

La visión del mundo en una bola giratoria: la Tierra. Repasamos los principales ríos y sus afluentes... mientras tanto, llega la hora del recreo y el bullicio, las risas, los gritos, el alboroto, se adueña del pasillo hacia la escalera que conduce al patio.

Doña Rosa Osa: oronda, mullida y cálida. Una maga sin chistera. "Maestra Nacional" que cuando la inspección no la observaba creaba sus propias normas: En horario de tarde,  nada de "labores" (agujas, hilos, dedal...) en su lugar un pequeño teatro de cartón con atrezzo, telón, y sobre el escenario pequeños personajes también de cartón, interpretados por las alumnas/actrices. 

Nos enseñaba el mundo a través de los libros de su biblioteca personal,  la "bola giratoria", la contemplación/observación...

En su clase, la caligrafía ocupaba un tercer o cuarto lugar: ¡Niñas! hoy dibujo "libre".  Dibujad lo  que vuestra vista alcance a ver a través de las ventanas. 

Desde la segunda planta del edificio la visión era impresionante: Sierra Nevada al fondo, siempre impoluta. Blanca en invierno, violeta pastel en verano cuando la nieve ya era agua deslizándose por las laderas. A continuación interminables alamedas en contraste de colores según la estación del año... cerros, campos, pequeñas huertas, casas, nubes, pájaros... 

Doña Rosa/Osa, "Maestra Nacional" nos "mostró" y enseñó la vida...


miércoles, 1 de noviembre de 2017

"PARA ELISA"

Noviembre de lluvia fina y fiesta de Halloween de golosinas varias: chocolates, brujas, calabazas...  Que antaño eran castañas, boniatos, membrillos y visitas al "Campo Santo" (crisantemos de colores...)

Había una lápida que llamaba especialmente mi atención: 

Elisa: 10- Abril- 1926 _ 31-Octubre- 1947. "Tu desconsolado esposo,
padres, hermanos e hijo no te olvidan" 

Sobre esta tumba de frío mármol agrietado y descolorido, debido a las inclemencias del tiempo, no había crisantemos.

En aquellos años de mi niñez, (época del presislar) se pusieron de moda las flores de plástico, sin embargo, sobre la tumba de Elisa en la fiesta de "Todos los Santos" siempre había un ramillete de margaritas blancas.

Mi intriga y curiosidad iban "in crescendo" en concordancia con mi edad aunque en casa, "Elisa" era un tema tabú ya que cuando preguntaba algo sobre ella, la respuesta era el vacío (cambio rápido de conversación o silencio)

Nuestros vecinos, Don Leopoldo y doña Teresita,  dulces como un terrón de azucar, y a los que yo solía visitar con relativa frecuencia, vivían en una casa de dos pisos con un pequeño jardín interior, multicolor en primavera y verano: Adelfas que no podíamos tocar porque decían que sus flores eran venenosas, una selva de madreselva enredada y estirada sobre una pared encalada, varios rosales trepadores de rosas "pitiminí". Un celindo que "emborrachaba" de placer con su olor. Narcisos, lilos, tulipanes, clavellinas, azucenas, margaritas... 

Un día, me colé en la habitación "misteriosa" de la casa, que casi siempre permanecía cerrada o semi cerrada y en penumbra. Sigilosa, abrí uno de los balcones que daban a la calle principal y ante mi: ¡OHHHH! apareció un piano (el sueño de mi vida) Abrí la tapa y comencé a hacer sonar sus teclas. Primero "pianissimo..." hasta que poco a poco me fui emocionando (¡forte subito!) y de forte a fortissimo....

Unos pasos apresurados interrumpieron mi "concierto". Me asusté, dada la expresión de aquellos ojos yo debía haber hecho algo terrible. Pensé que de una buena regañina o castigo no me salvaba ni el Espíritu Santo... La ternura en la voz melodiosa de doña Teresita me tranquilizaron y mi corazón comenzó a latir mas pausadamente cuando sigilosamente se dirigió a la "tata": "Deja, ya me encargo yo, y de esto ni "mu". Su madre se llevaría un gran disgusto y no la dejaría venir a casa en una buena temporada" 

Se sentó junto a mí y comenzó a explicarme (su voz cambió de registro y sus ojos cambiaron de color, de azul cielo se fueron tornando en un gris claro) mientras cerraba la tapa del piano con suavidad.

Me refugié entre sus brazos y mis lágrimas inundaron su camisa de seda. Le pedí perdón por "profanar" aquel altar que era el piano de su hija Elisa. 

Abrió un cajón y sacó una fotografía. No voy a olvidar nunca la luz de aquella mirada, la sonrisa transparente, la belleza serena de un rostro que irradiaba felicidad.

A partir de aquel día, tuve permiso expreso de doña Teresita para entrar en la habitación "misteriosa" y con las ventanas abiertas de par en par, sentarme al piano mientras una niña de ojos inmensos me observaba a través del marco cromado de una fotografía en sepia.