En la tierra labrada se distinguen varios tonos de marrón y ocre. La Mancha luce como
un mar verde. Por estos campos y paisajes también ha pasado la primavera. La suya, quedó
atrapada en un dibujo en sepia enmarcado en un cuadro de alpaca plateada.
Hoy regresa a los colores, sabores y olores de su infancia. Se intuye en una mezcla de sensaciones encontradas: nerviosismo, curiosidad, miedo. . .
"Volver" a esa luz que
alumbraron sus primeros días, su niñez, su adolescencia. . . ¿Extrañará “su” ciudad o la
ciudad la extrañará a ella?. Quizás llegue a pensar que se ha equivocado de estación y una
sensación de vértigo paralice su cuerpo y su espíritu, quizás. . .
Plazas, rotondas, jardines, edificios. . .¿Los reconocerá? Para ella serán nuevos y
viejos a la vez. No quiere pensar en los más de cuarenta años transcurridos ni en los motivos
que se imponía a si misma para posponer un viaje planificado y anulado siempre en el último
momento.
Un deseo de paz y sosiego la han conducido hacia sus raíces con el propósito de poner
un punto y final e iniciar un nuevo camino desde un punto y seguido recorriendo a toda
velocidad un nuevo paisaje y un nuevo amanecer que deja atrás toda una vida: "de Madrid al
cielo" y del "cielo" a un pasado lejano y tal vez desconocido.
Mira el reloj. Falta menos de una hora para llegar a su destino. Quiere aparentar
tranquilidad aunque su ritmo cardiaco se va acelerando por momentos. Sale al pasillo en
dirección al water. Se mira en el espejo del lavabo y no se reconoce. Su pupila aún tiene
retenida a la chica del cuadro en sepia.
Un sofoco recorre todo su cuerpo cuando a duras penas logra arrastrar la enorme
maleta fuera del vagón. El aire le parece denso y cálido mientras sube las escaleras
mecánicas de la estación. El cielo azul tan intenso y reflectante, la encandila obligándola a
entornar los ojos. Aromas de azahar, marisma y sal comienzan a invadir sus recuerdos.
Durante el trayecto hacia la casa que la vio nacer, el taxista no para de hablar y de
hacer preguntas indiscretas. Ella contesta con paciencia, desgana y monosílabos.
Otro sofoco más mientras mete la llave en la cerradura. La vieja casona a pesar del
tiempo y de los años aún se mantiene en pie. Cierra la puerta y los ojos, antes de continuar
caminando despacio por el largo pasillo que conduce al pequeño jardín. Tambaleante, logra
alcanzar el viejo banco de hierro oxidado.
Detenido el tiempo por unos instantes, se percibe como parte de un cuadro imaginario
pintado por un artista inexistente. Si pudiera, se aferraría a esa mano creadora para formar parte del paisaje y quieta y estática, en ese cuadro imaginario, vivir por los siglos
de los siglos hasta rozar la eternidad.
El viejo y rústico naranjo aún vive. Su tronco firme y robusto casi alcanza las ventanas
del piso superior. La abuela preparaba ricas mermeladas que extendía en el pan recién
horneado de la panadería “El Pilar”. Los arriates que el abuelo utilizaba como “huerto” están
invadidos de hierbajos. Habría que limpiarlos e imponer cierto “orden” en este selvático lugar.
Plantar lechugas, acelgas, zanahorias. . . Tratar de recuperar las azucenas blancas que tanto
alegraban a la abuela. . .
Las campanas de la Iglesia Mayor anuncian la hora del “Angelus”. El sueño la venció
bien entrada la madrugada. A pesar del cansancio no ha podido dormir en toda la noche. Ese
sonido tan familiar dibuja una amplia sonrisa en la austeridad de un rostro que lleva
demasiado tiempo con un rictus de tristeza.
Desde la terraza de la casa, observa todo el paisaje que sus ojos pueden abarcar. La
zona de marismas, las salinas en estado de abandono, la luz, el bullicio de personas que van
y vienen por la arteria principal de una ciudad en evolución continua que vivió tiempos de
gloria y debido a su situación geográfica y particuliaridad, se hizo próspera y se salvó de
catástrofes e invasiones. Una ciudad acogedora que hace suyos a los foráneos de otras
latitudes.
Aún siente punzadas en el corazón cuando piensa en las ausencias, en la suya propia
y en la de las personas a las que tanto amó. Quizás, y debido a ello decidió un exilio voluntario
que tanto se reprocha aunque no quisiera volver a las lágrimas ni a la nostalgia. El pasado
quedó atrás; la muerte prematura de una madre joven, el despecho de un padre periférico,
lejano, viviendo una vida errante tras la muerte de su ser más querido.
Su legado más preciado son las cartas. Cientos de epístolas que el padre había dirigido
a la madre. Las había clasificado por orden cronológico con intención de leer para “entender”
la actitud de un progenitor al que nunca perdonó que antepusiera su profesionalidad a la de
su labor como padre.
La Coruña. Marzo de 1943:
Neniña mía, no sabes cuánto me ha alegrado tu carta. Con la impaciencia que yo la esperaba,
con la ansiedad, con que mis ojos devoraron tu linda escritura y las violetas. . .¡Oh! Las
violetas. . . ¿Qué decirte de ellas?. Al abrir la página y verlas, dejé de leer y. . . luego me di
cuenta que “había acertado”. Te imaginé sentada ante la mesa: la carta ya plegada y
dispuesto el sobre: sobre tu pecho, las violetas se impregnaban de perfume tuyo, de ese
perfume de mar sereno que emana de toda tú. Y tus ojos, pensativos, evocando mi angustia y
mi desesperación de no verte. . . Entonces, decidiste coger una violeta, pero al tirar, salieron
dos del ramillete. Las cogiste con las dos manos y pensaste: “Pepiño: ellas te dirán que
pienso en ti, que “eso” es muy grande y profundo. . .” y entonces, las besaste
arrebatadamente, como si fuese un recuerdo, ¿verdad? Así lo imagino yo, y las violetas me lo
dicen temblorosas en su rigidez, secas de aroma, pero llenas de ti, de tu cariño, de tu
emoción, de todo “eso” que es mucho y que no se puede definir tan fácilmente. Mi nena
adorada ¡qué feliz me has hecho!.
¿Qué me importa lo que pasó hasta hoy, si están doblando en mi corazón, las campanas de
la dicha?. Ya ves, Carmiña, nena de mi vida, como mi imaginación llega hasta ti: llena de
ilusión, apretada de cariño, fortificada por una fe inmensa y un optimismo esperanzado.
¿Porqué que te querré tanto?. ¿Por qué estaré sujeto a tanta emoción, sólo porque te quiero y porque sé de tu cariño?
Ya verás: Yo también me siento de nuevo dispuesto a proseguir
esa lucha tenaz, que nos conducirá a la más radiante felicidad. Que tu ánimo no decaiga
nunca y que “eso” mantenga siempre su nivel creciente y ya verás como llega ese día tan
anhelado, en que nos parecerá, que el mundo está iluminado de un sol venturoso y radiante y
la vida se nos ofrezca rebosante de cuanto necesitamos para ser felices siempre.
Con pasión, tuyo, Pepiño
Aprieta la carta contra su pecho y deja fluir libremente un torrente de lágrimas. Las
cigüeñas revolotean alrededor del torreón de la iglesia. La tarde centellea, y sol se ha
ocultado por el Oeste. En este tiempo nuevo quiere recuperar la alegría que quedó esparcida
por los rincones del jardín. Reconciliar un pasado que no le pertenece, y plantar violetas,
muchas violetas en los arriates ausentes de vida.
Un aroma a mar y a algas enmarcan de nuevo en su rostro la hermosa sonrisa. Las cigüeñas
se han retirado a sus nidos. Huele a primavera.